that pesky Asturian language...
Posted: Sat Aug 11, 2007 9:38 pm
For those getting ready to go back to school in the fall, I recommend you read Ismael M. Gonzalez Arias’ column in today’s (August 8, 200/) El Comercio. It’s a commentary about his schooling during the Franco years, a little Fellinesque. And it shows how power in Spain—in this case in Asturias—was a shift in shape more than in hands, when Franco finally died in 1975.
The Catholic-driven school system of the fascist regime churned out today’s political class in Asturias. It’s only natural they are so politically calculating, so dogmatic and so profoundly mediocre. Ismael cites Javier Fernandez, the secretary general of the PSOE (Federacion Socialista Asturiana) in Asturias, as a prototype of that era. If you’re able to follow the op-ed in Spanish, notice the patronizing way Javier Fernandez has of lauding Ismael for a column he wrote in Asturian not long ago.
“Why do you waste your time writing in Asturian?” asks Fernandez, as if his own choice of language (Castilian Spanish) were a hallmark of sophistication (Fernandez is himself from a coal-mining district, not exactly the locus of city patricians). Ismael, who apparently reads and writes in several languages (and has dabbled in Arabic), takes it all in stride. He answers:
“…Puedo perder el tiempo escribiendo más o menos mal en cinco lenguas y sólo me llaman la atención sobre que lo hago en asturiano aquellos que nada más hablan una. Y mal.” (I may be wasting my time writing more or less in 5 languages, but only those who speak a single language—and speak it poorly—are the ones who fault me for writing in Asturian).
Should anyone be unaware, the Asturian and Galician languages spoken in the Principality have no legal status. Local politicians, and especially those of the PSOE/FSA, would like them to disappear altogether and thus rid themselves of a political headache. They see no net asset value in what they refer to as ‘peasant’ culture, in part, because their schooling taught them to denigrate it. Their lack of intellectual curiosity and independent thinking locks them in Spain’s pre-1975.
“Aquella España de las cuencas” (by ISMAEL MARÍA GONZÁLEZ ARIAS, August 8, 2007)
EL primer día de colegio nos hicieron formar en el patio. El director nos dio la bienvenida al centro y se retiró al interior seguido por dos personas que suponíamos eran profesores. Se quedó con nosotros quien nos había hecho formar y cubrirnos a toque de silbato. Más adelante lo tuvimos como profesor de Formación del Espíritu Nacional. Los mayores, como profesor de Gimnasia. Apenas se retiró el director dio dos pasos al frente y miró a los ojos al más alto de todos nosotros. Aunque podíamos oírle todos en voz de susurro, le gritó:
-Usted, dígame alto y claro, que todos sus compañeros le oigan, ¿qué es España?
A nuestro compañero le costó sacar la voz del cuerpo, pero contestó rápidamente:
-Una playa de Villaviciosa.
Aquel día aprendimos que España era una unidad de destino en lo universal. Nosotros de palabra. Nuestro compañero a guantazo limpio. Yo tuve suerte de que me expulsaran apenas tres semanas más tarde. Nada menos que por ofensas a la religión católica. Resulta todavía hoy difícil de explicar cómo se puede ofender a la religión católica con nueve años. Pero estábamos en 1968 y, entonces, España y la religión católica tenían otras connotaciones.
Resultó complicado regresar a les cuenques, a un instituto público como el Bernaldo de Quirós, con aquel historial. El curso de primero de bachiller ya había comenzado. Me sentaron en el último pupitre, rodeado, no obstante, entre mis compañeros, de la aureola de 'raro'. Ya conté en otro artículo el buen recuerdo que dejó en mí el paso por el bachiller en este instituto, en líneas generales. Con todo y aprender de forma más o menos clara qué era España, la grandeza del ser español y la belleza de la lengua del imperio. Un aprendizaje que sirvió de poco para alguien que aún sigue creyendo, antes que nada, que España es una hermosa playa de Villaviciosa. Y, la lengua del imperio, ahora que el inglés está de capa caída, el chino.
Con todo, los productos de aquella enseñanza que fuimos nosotros, los seguimos conservando con una serie de tics directamente aprendidos e interiorizados en aquellos años y por aquel sistema. El más babayu y evidente de todos ellos quizás sea el que hace decir a tantos, como dogma de fe, que España es Asturies y lo demás tierra conquistada.
No se trata de una cuestión de derechas ni de izquierdas. Todos aprendimos más o menos por igual, aunque acabáramos asumiendo las cosas de manera diferente. Les cuenques son el sur de Asturies y cumplen la misma función que el sur de España, en cuanto a gran reserva del voto de la izquierda. Lo que no quita para que escuche tantas veces a dirigentes de esa izquierda joven y moderna y me dé la sensación de continuar sintiendo a mis profesores de Formación del Espíritu Nacional. Algo que podría resultar normal en Isidro Fernández Rozada, dirigente de la derecha de la cuenca y antiguo profesor del ramo, pero que resulta anacrónico en alguien como Javier Fernández.
Y no es anacrónico. Javier Fernández es un producto de les cuenques cien por cien. Un producto típico de aquellos años. Recuerdo con especial cariño -mezclado con odio- a un maestro de la escuelina de Santa Marina que nos cruzaba la cara con cada plural, y que nos partía la boca al menor 'ye' que nos saliera de manera involuntaria. El cariño se lo guardo, porque considero que fue la primera persona que me hizo tomar conciencia de que hablaba una lengua. Claro que no la de aquellos profesores que nos partían la cara, pero sí la de aquellos que sabíamos que España era una playa de Villaviciosa.
-«Hace poco leí un artículo tuyo en asturiano.¿Qué simpático!» -me dijo condescendiente la última vez que nos vimos en Xixón, donde sigue veraneando, y donde espero que pueda leer este artículo en la lengua que él, entre otros, tanto empeño puso en enseñarme.
No obstante, insisto en decirle que mi castellano acabé aprendiéndolo estudiando y viviendo en Córdoba. Por eso, a veces, cuando me suelto, recupero hasta el acento. Lo que no quita para que él -como tantos otros-, continúe condescendiente:
-«Sigo sin entender por qué sigues perdiendo el tiempo escribiendo en asturiano».
A lo que siempre contesto que pierdo igual el tiempo cuando escribo en castellano o en inglés. Es más -siempre me gusta ejercer un poco de grandón y de babayu en estos casos-, puedo perder el tiempo escribiendo más o menos mal en cinco lenguas y sólo me llaman la atención sobre que lo hago en asturiano aquellos que nada más hablan una. Y mal. Por lo general, el supuesto castellano.
Como yo había nacido en Uviéu y me tocó volver a vivir en Uviéu en los años en que los de mi tiempo bajaban de les cuenques a la Universidad, me tocó sentir la espantosa jerga que nos habían enseñado en la escuela y el instituto con especial empeño, en boca de algunos que habían sido mis compañeros. Evidenciaba su procedencia, de todas formas, la ropa, la manera de andar, la forma de mirar, el acento cruel que arrastraba y arrastra las vocales.
Por seguir siendo aquel tipo conflictivo, al que habían expulsado del colegio con nueve años, al primero que se rió de mí por el acento le quedaron pocas ganas de volver a saludarme siquiera. Lo que no quitó para que me tocara ver como algunos antiguos vecinos mudaban de piel, vendían su alma y renegaban de sus orígenes, para ser admitidos como advenedizos y comparsas de aquel Uvieín del alma que tanto se reía de ellos en sus propias narices. Evidentemente, estos recuerdos me vuelven después de leer las opiniones de Javier Fernández -un producto típico de esa cuenca- acerca del absurdo de plantearse la oficialidad de la lengua asturiana. Para que se entienda lo normal que es su opinión: fueron muchos años de escuela, de instituto y, después, de hacerse pasar por lo que no se era. Escribo esto desde España, Villaviciosa. Pero también podría haberlo hecho desde les Cases Barates, Mieres.
The Catholic-driven school system of the fascist regime churned out today’s political class in Asturias. It’s only natural they are so politically calculating, so dogmatic and so profoundly mediocre. Ismael cites Javier Fernandez, the secretary general of the PSOE (Federacion Socialista Asturiana) in Asturias, as a prototype of that era. If you’re able to follow the op-ed in Spanish, notice the patronizing way Javier Fernandez has of lauding Ismael for a column he wrote in Asturian not long ago.
“Why do you waste your time writing in Asturian?” asks Fernandez, as if his own choice of language (Castilian Spanish) were a hallmark of sophistication (Fernandez is himself from a coal-mining district, not exactly the locus of city patricians). Ismael, who apparently reads and writes in several languages (and has dabbled in Arabic), takes it all in stride. He answers:
“…Puedo perder el tiempo escribiendo más o menos mal en cinco lenguas y sólo me llaman la atención sobre que lo hago en asturiano aquellos que nada más hablan una. Y mal.” (I may be wasting my time writing more or less in 5 languages, but only those who speak a single language—and speak it poorly—are the ones who fault me for writing in Asturian).
Should anyone be unaware, the Asturian and Galician languages spoken in the Principality have no legal status. Local politicians, and especially those of the PSOE/FSA, would like them to disappear altogether and thus rid themselves of a political headache. They see no net asset value in what they refer to as ‘peasant’ culture, in part, because their schooling taught them to denigrate it. Their lack of intellectual curiosity and independent thinking locks them in Spain’s pre-1975.
“Aquella España de las cuencas” (by ISMAEL MARÍA GONZÁLEZ ARIAS, August 8, 2007)
EL primer día de colegio nos hicieron formar en el patio. El director nos dio la bienvenida al centro y se retiró al interior seguido por dos personas que suponíamos eran profesores. Se quedó con nosotros quien nos había hecho formar y cubrirnos a toque de silbato. Más adelante lo tuvimos como profesor de Formación del Espíritu Nacional. Los mayores, como profesor de Gimnasia. Apenas se retiró el director dio dos pasos al frente y miró a los ojos al más alto de todos nosotros. Aunque podíamos oírle todos en voz de susurro, le gritó:
-Usted, dígame alto y claro, que todos sus compañeros le oigan, ¿qué es España?
A nuestro compañero le costó sacar la voz del cuerpo, pero contestó rápidamente:
-Una playa de Villaviciosa.
Aquel día aprendimos que España era una unidad de destino en lo universal. Nosotros de palabra. Nuestro compañero a guantazo limpio. Yo tuve suerte de que me expulsaran apenas tres semanas más tarde. Nada menos que por ofensas a la religión católica. Resulta todavía hoy difícil de explicar cómo se puede ofender a la religión católica con nueve años. Pero estábamos en 1968 y, entonces, España y la religión católica tenían otras connotaciones.
Resultó complicado regresar a les cuenques, a un instituto público como el Bernaldo de Quirós, con aquel historial. El curso de primero de bachiller ya había comenzado. Me sentaron en el último pupitre, rodeado, no obstante, entre mis compañeros, de la aureola de 'raro'. Ya conté en otro artículo el buen recuerdo que dejó en mí el paso por el bachiller en este instituto, en líneas generales. Con todo y aprender de forma más o menos clara qué era España, la grandeza del ser español y la belleza de la lengua del imperio. Un aprendizaje que sirvió de poco para alguien que aún sigue creyendo, antes que nada, que España es una hermosa playa de Villaviciosa. Y, la lengua del imperio, ahora que el inglés está de capa caída, el chino.
Con todo, los productos de aquella enseñanza que fuimos nosotros, los seguimos conservando con una serie de tics directamente aprendidos e interiorizados en aquellos años y por aquel sistema. El más babayu y evidente de todos ellos quizás sea el que hace decir a tantos, como dogma de fe, que España es Asturies y lo demás tierra conquistada.
No se trata de una cuestión de derechas ni de izquierdas. Todos aprendimos más o menos por igual, aunque acabáramos asumiendo las cosas de manera diferente. Les cuenques son el sur de Asturies y cumplen la misma función que el sur de España, en cuanto a gran reserva del voto de la izquierda. Lo que no quita para que escuche tantas veces a dirigentes de esa izquierda joven y moderna y me dé la sensación de continuar sintiendo a mis profesores de Formación del Espíritu Nacional. Algo que podría resultar normal en Isidro Fernández Rozada, dirigente de la derecha de la cuenca y antiguo profesor del ramo, pero que resulta anacrónico en alguien como Javier Fernández.
Y no es anacrónico. Javier Fernández es un producto de les cuenques cien por cien. Un producto típico de aquellos años. Recuerdo con especial cariño -mezclado con odio- a un maestro de la escuelina de Santa Marina que nos cruzaba la cara con cada plural, y que nos partía la boca al menor 'ye' que nos saliera de manera involuntaria. El cariño se lo guardo, porque considero que fue la primera persona que me hizo tomar conciencia de que hablaba una lengua. Claro que no la de aquellos profesores que nos partían la cara, pero sí la de aquellos que sabíamos que España era una playa de Villaviciosa.
-«Hace poco leí un artículo tuyo en asturiano.¿Qué simpático!» -me dijo condescendiente la última vez que nos vimos en Xixón, donde sigue veraneando, y donde espero que pueda leer este artículo en la lengua que él, entre otros, tanto empeño puso en enseñarme.
No obstante, insisto en decirle que mi castellano acabé aprendiéndolo estudiando y viviendo en Córdoba. Por eso, a veces, cuando me suelto, recupero hasta el acento. Lo que no quita para que él -como tantos otros-, continúe condescendiente:
-«Sigo sin entender por qué sigues perdiendo el tiempo escribiendo en asturiano».
A lo que siempre contesto que pierdo igual el tiempo cuando escribo en castellano o en inglés. Es más -siempre me gusta ejercer un poco de grandón y de babayu en estos casos-, puedo perder el tiempo escribiendo más o menos mal en cinco lenguas y sólo me llaman la atención sobre que lo hago en asturiano aquellos que nada más hablan una. Y mal. Por lo general, el supuesto castellano.
Como yo había nacido en Uviéu y me tocó volver a vivir en Uviéu en los años en que los de mi tiempo bajaban de les cuenques a la Universidad, me tocó sentir la espantosa jerga que nos habían enseñado en la escuela y el instituto con especial empeño, en boca de algunos que habían sido mis compañeros. Evidenciaba su procedencia, de todas formas, la ropa, la manera de andar, la forma de mirar, el acento cruel que arrastraba y arrastra las vocales.
Por seguir siendo aquel tipo conflictivo, al que habían expulsado del colegio con nueve años, al primero que se rió de mí por el acento le quedaron pocas ganas de volver a saludarme siquiera. Lo que no quitó para que me tocara ver como algunos antiguos vecinos mudaban de piel, vendían su alma y renegaban de sus orígenes, para ser admitidos como advenedizos y comparsas de aquel Uvieín del alma que tanto se reía de ellos en sus propias narices. Evidentemente, estos recuerdos me vuelven después de leer las opiniones de Javier Fernández -un producto típico de esa cuenca- acerca del absurdo de plantearse la oficialidad de la lengua asturiana. Para que se entienda lo normal que es su opinión: fueron muchos años de escuela, de instituto y, después, de hacerse pasar por lo que no se era. Escribo esto desde España, Villaviciosa. Pero también podría haberlo hecho desde les Cases Barates, Mieres.