PRESENTACIÓN DEL LIBRO “LUCES EN LAS MINAS DE ASTURIAS: CANDILES DE SAPO” por LUIS JESÚS LLANEZA (Casa de la Cultura de Mieres 18 de diciembre 2009)
En este acto tengo el gusto de presentar la obra “Candiles de sapo”, último volumen publicado por Alberto Vilela Campo, quien, en el último lustro, ha irrumpido de modo significativo en el menguado y alicorto panorama librero dedicado a la minería asturiana.
El autor, cuyo postrer trabajo presento hoy, es un mierense cincuentón (1954) que, a pesar de vivir en una villa eminentemente hullera y siderúrgica, nunca consideró en sus años jóvenes la posibilidad de participar activamente, en ningún aspecto, en la esfera minera que le rodeaba. Pero el micromundo minero tiene tal fuerza, posee tal capacidad de impregnación en nuestra sociedad zonal, es de tal magnitud, que consiguió integrar a nuestro personaje en el examen y reflexión de diversos aspectos del mismo, hasta tal extremo que hoy se ha convertido en uno de los ejes fundamentales de su actividad vital y, a la par, le ha permitido transformarse en una de las máximas autoridades nacionales en lamparería minera. El hecho, en sí, es perfectamente viable y el ejemplo está presente mas lo curioso, la anécdota enriquecedora y ejemplarizante es el modo de acceso a dicho interés.
Permítanme que antes de desvelar el interrogante planteado siga realizando un breve recorrido por la trayectoria vital del autor que servirá para acercarnos al fin propuesto. Siguiendo la llamada vocacional cursa estudios de Magisterio en la Universidad de Oviedo y, al finalizar éstos, es destinado a prestar servicios docentes en la escuela de Agüeria, sita en el concejo de Aller. En aquel tiempo sus inquietudes, sus preocupaciones e intereses, se decantaban por la etnografía regional, asignadas, en particular, a la búsqueda y catalogación de componentes característicos del habitat de la sociedad rural asturiana, plasmada en objetos y componentes de uso más común. La atención a estas inclinaciones se cumplimentaba mediante excursiones científicas, realizadas los fines de semana, en compañía de un minero jubilado de Piñeres (Aller) a diversos parajes de la geografía asturiana.
En sus visitas a las casas rurales y, en particular, a domicilios mineros, Alberto denota que candiles y lámparas de mina, ocupan lugar preferente y honorífico en el mobiliario de dichas viviendas, hecho que concita su interés por la cuestión. Su acompañante, buen minero, es un ferviente y agradecido admirador de la lámpara minera, compañera inseparable y herramienta obligatoriamente necesaria de su antiguo trabajo. El será su instructor en el mundo de las luminarias, su iniciador en el conocimiento de los diversos modelos, en la distinción de los componentes de cada uno de ellos, en el modo más adecuado de su limpieza y conservación. Vilela llega a la mina por uno de sus adminículos, de los más humildes y menos estudiados pero de los más importantes y necesarios.
Desde el comienzo del mundo la contraposición entre día y noche determinan de manera fundamental el devenir humano. La mina es el exponente más adecuado de la noche eterna, de la noche sin final; por ello la importancia de la lámpara para el trabajo de los mineros, al objeto de poder combatir la oscuridad de los subterráneos, único modo de poder ejecutar su trabajo. Vilela accede al mundo minero a través de la luz, oposición a la oscuridad, en la concienciación y convencimiento de la importancia, en la historia de la humanidad, que han tenido los diversos medios que han servido para resolver tan importante problema.
El coleccionismo, como aproximación a un cuerpo determinado, induce al conocimiento del mismo, promueve el interés por conocer en profundidad las características y variedades del objeto coleccionado. Y este axioma se cumple, sin duda, en nuestro autor. Es, en súmmun, el afán coleccionista (colector) el que impelerá a Vilela hacia la pasión intelectiva, al conocimiento científico, al interés por saber y ordenar el rico venero, diverso complejo y prolijo, que se presenta ante sus ojos. Y es, también, la pasión etnográfica (rescoldo de sus primigenias preocupaciones) la que se manifiesta en la identificación y ordenamiento histórico de los diferentes tipos de lámparas utilizadas en las minas, así como las variantes comerciales y las características de la propia región. El coleccionista se transforma en investigador, en estudios paciente que recorre Asturias no solo colectando nuevas “luces” que añadir a su importante colección, si no que también recogiendo fuentes documentales que permiten el incremento de su acerbo técnico sobre la materia a estudiar. Consecuencia de la anterior mutación será el peregrinaje por bibliotecas, museos y archivos de la región, a la par que el establecimiento de numerosas relaciones con personas interesadas en la temática y conversaciones con especialistas y técnicos en el tema. El resultado, obviamente, es su conversión en un reputado experto en lamparería minera.
Voy a permitirme realizar un exordio que me parece obligatoriamente necesario. En su deambular, Vilela accede al Archivo histórico de la Real Compañía Asturiana de Minas, uno de los más ricos veneros de documentación sobre la minería de la región, donde obtendrá data de los primeros consumos de lámparas de mina efectuados en Asturias. Al bucear en la documentación del citado archivo adquiere conciencia de la importancia del mismo y la posibilidad de estudiar algunos aspectos poco considerados de la iniciatica minería asturiana del siglo XIX. Fruto de este criterio será la publicación de “Avilés: Carbón y Veleros” (2008), libro en el que, aparte de relacionar los fletes de carbón efectuados desde el puerto de Avilés, objeto básico del mismo, aporta numerosos e interesantes aspectos de primera empresa asturiana, algunos inéditos y otros escasamente conocidos. Para los interesados en estas cuestiones es muy satisfactorio recoger nuevos datos sobre la trayectoria profesional de los primeros técnicos que desarrollaron un trabajo continuado en Asturias. En sus páginas aparecen numerosas referencias a Nagel, Desoignie y Paillette (la máxima figura de la minería asturiana, en los tiempos fundacionales, conjuntamente con Schulz), aportaciones de mucho valor para un mejor conocimiento de la labor realizada en la región por estos ingenieros. Estas contribuciones, por sí mismas, ya hacen estimable la obra, aparte de todo otro tipo de consideraciones sobre la misma.
Pero no nos apartemos del objetivo que hoy nos trae aquí.
Después de varios años de paciente, laborioso e incansable trabajo en búsqueda y recopilación de material, Vilela considera llegado el momento de dar a la imprenta el fruto de su conocimiento y experiencia sobre las lámparas mineras. En 2005 publicará, bajo el sello de Ediciones Nobel, el libro ¨Luces en las minas de Asturias”. La obra de soberbia edición y extraordinario aporte de material gráfico, se enriquece con un estudio prologal de las catástrofes mineras del siglo XIX, producidas por el grisú, debido a la pluma del más prestigioso historiador de la minería e industria asturiana, el recientemente fallecido D. Luis Adaro Ruiz. En ella, con criterio didáctico y afán divulgativo, se considera una historia de la iluminación minera en Asturias a través del tiempo, desde la prehistoria (yacimientos cupríferos del Aramo), hasta el siglo XX incluido, con especial énfasis en los productos fabricados por la empresa Adaro, gran referente nacional en este campo en el pasado siglo. La obra, de carácter enciclopédico, sirve también para mostrar, inequívocamente, su pasión por este utensilio a la vez que su experiencia coleccionista. En varios apartados analizará el coleccionismo de lamparería, a diferencia de su almacenamiento, los posibles errores en la compra de estos instrumentos, el modo de restauración más conveniente, la adecuada limpieza de las mismas… Como complemento a lo anterior suministra una guía de los lampisteros asturianos más conocidos por razón de las transformaciones que realizan en este útil y una interesante relación de los diversos establecimientos asturianos donde existen colecciones de lámparas mineras, añadiendo una breve reseña crítica sobre la importancia de los fondos albergados en cada uno de ellos.
Creo obligado resaltar que, a la publicación de este libro, no existía precedente alguno en la bibliografía asturiana del ramo, siendo prácticamente inexistente en el nacional, por cuya razón es un hito significativo en el estudio de esta importante herramienta minera, tan próxima y necesaria al trabajo minero y de tan escasa apreciación por los historiadores de la actividad. Con la investigación de Vilela se abren nuevas vías de estudio sobre este útil y se satisface una carencia inexplicable en el micromundo de la mina.
La publicación de “Luces en las minas de Asturias”, sirvió para que su autor se afirmase en dos criterios. En primer lugar, la conveniencia de seguir profundizando en la historia del lamparaje minero, especialmente en su referencia asturiana. Y en otra dirección, la necesidad de transmitir la numerosa documentación minera recogida en varios años de concienzudo trabajo, en nuevo libros sobre esta materia, cuyo botón de muestra son sus trabajos históricos sobre la Real Compañía Asturiana de Minas, inéditos a la fecha. En su devenir investigativo amplía su campo de acción a museos y colecciones monográficas de toda España y establece relaciones con personas interesadas en estas cuestiones, tanto en el ámbito nacional como del extranjero. Su objetivo es adquirir una perspectiva más amplia y completa sobre el uso de la luz en las minas. Resultado de esta actividad de cuatro años será el libro que hoy se presenta: “Luces en las minas de Asturias: Candiles de sapo”, segundo tomo de una trilogía, en las previsiones de su autor, que bajo el título genérico anterior (“Luces en las minas de Asturias”), abarcaría, en un futuro próximo que esperamos ilusionados y deseamos sea el más corto posible, un tercer volumen dedicado exclusivamente a las lámparas de seguridad.
El libro que hoy presento se engalana con un soberbio prólogo, debido a la experta y erudita pluma de Pedro Fandos, cuya autoría, por esos hados malignos que atacan en ocasiones la impresión de una obra, no consta al pié de su trabajo. Sirva esta breve aclaración como reconocimiento del creador del mismo. En el proemio de Fandos se repasa el tratamiento dado a la iluminación en los tratados sobre laboreo minero. De su exposición se desprende, y se constata, que, hasta inicios del siglo XIX, la luz había sido considerada como un elemento secundario en la minería, siendo utilizada de forma rutinaria en los siglos precedentes y sin variaciones significativas en el instrumental usado a dichos efectos. Solo a partir del tiempo precitado, con la aparición de las primeras lámparas de seguridad, en la intención de atajar las explosiones de gas de las minas de hulla, las cuales aún coexistirán un siglo con los de llama libre, abierta o desnuda, comenzará a adquirir la iluminación minera la importancia que le había sido negada anteriormente. Fandos, en brillante exposición, repasa y resume la bibliografía francesa al respecto así como las aportaciones españolas, al tema, más importantes en su consideración, finalizando el prólogo con las monografías específicas efectuadas en los últimos años.
Con criterio aditivo quisiera resaltar, en este momento, que en la Escuela de minas mierense, desde el inicio de sus enseñanzas en 1855, se dio la importancia que merecía el alumbrado minero. La causa ha de encontrarse en el interés de Schulz por esta cuestión, reflejado en el plan de estudios redactado por él que en su capítulo cuarto señalaba que los alumnos habían de tener conocimiento exacto “de los gases nocivos de las minas y modo de evitar sus efectos”, para, a continuación, reseñar que el “alumbrado” habría de formar parte del programa. Por los apuntes de Herrera (componente de la primera promoción de Capataces de minas) sabemos que las enseñanzas impartidas por Aurre (primer profesor de Laboreo del centro y Director de Duro y Cia más de dos décadas) incluían estos temas y sus apuntes reflejan notas y diversos problemas planteados sobre estas cuestiones. Necesito mencionar a Ezquerra (primer profesor de la asignatura de laboreo de la Escuela de Madrid y antiguo estudiante de Freiberg) quien en su “Laboreo de Minas” (1839), dedica 13 páginas y 7 figuras a la iluminación minera, incluyendo, en amplio apartado, las prácticamente recién descubiertas lámparas de seguridad. Por los citados apuntes sabemos que este libro era utilizado de consulta en el centro mierense. En este elucidario no se puede olvidar a Francisco Mateo (profesor de Laboreo en el centro mierense desde 1863 a 1873) que publicó unas “Lecciones de laboreo de Minas”, editadas por la Escuela de Mieres, en las que se trataba con amplitud y adecuado repertorio gráfico la iluminación de los subterráneos, incluyendo el estudio de las lámparas de Davy, Mesnil y Mueseler. En esta relación no puede olvidarse a Amalio Gil Maestre (Subdirector y profesor de la Escuela de Mieres en la década de los sesenta), quien, en colaboración con Cortazar, escribió el libro “Historia, descripción y crítica de los sistemas empleados en el alumbrado de las excavaciones subterráneas. Nuevo método de iluminación en las minas”, premio de la fundación Gómez Pardo de 1877, considerado como la biblia española sobre iluminación en minería. Si nos referimos al siglo XX no podemos olvidar la obra de Cándido García sobre laboreo minero, editado en 1936, en la que se trata con amplia extensión la iluminación en general y el lamparaje de mina, tanto de llama libre como de seguridad.
Basta ya de exordios y vayamos al núcleo del asunto que hoy nos reúne. El nuevo libro de Vilela consta de dos partes perfectamente diferenciadas. En la primera se estudian los diversos tipos de luminarias empleadas en la minería, con llama libre, hasta el siglo XX, en que serán sustituidas masivamente por las de seguridad. La segunda abarca el estudio específico de los candiles de sapo, objeto fundamental del libro.
Yo deseo iniciar la glosa de la primera parte con unos versos de Rafael Alberti en su poema “Amarillo” (en el libro dedicado “A la pintura”):
“Acciono con la luz, soy un activo
cómplice de la luz contra la sombra”
En ellos, en mi opinión, se refleja meridianamente la lucha del hombre contra la oscuridad, la eterna antinomia entre el día y la noche, una guerra que el hombre comenzará a vencer con el descubrimiento de la producción del fuego. Y en la mina, en los subterráneos, en las cuevas prehistóricas el humano utilizará el fuego como medio de protección y sometimiento del horror nocturno, del miedo a la noche eterna e ilimitada.
El conocimiento de los primeros combustibles aportará a los humanos nuevos medios para la obtención de la luz y la hoguera irá sustituyéndose en la mina por antorchas, teas, velas,… y los primitivos útiles elaborados por la mano del hombre (lucernas, lámparas de aceite…) usados por los explotadores foráneos (fenicios, griegos, romanos…) de los yacimientos minerales de la península ibérica. Todos ellos irán dando paso, en un lento devenir de siglos, a nuevo herramental, más sofisticado, tal como candiles, candilejas…, todos ellos de llama desnuda.
El sistema de iluminación, basado en los principios anteriores, era común y consustancial a la totalidad de la sociedad, impregnando la rutina diaria. La luz eléctrica, uno de los grandes inventos de la revolución industrial, revocará definitivamente los modos de vida sociales. Para tratar de reflejar el influjo de la dualidad contrapuesta luz-oscuridad y la importancia del instrumental para el aporte lumínico, he recogido del Martínez-Kleiser algunos refranes que evidencian mi aserto anterior. Entre la gavilla de dichos existentes he elegido los siguientes: “A la luz de la tea no hay mujer fea”; “A la luz de la vela pasa por mocita la abuela”; “Oro, tela, ni doncella, no la tomes a la candela”; “A la luz de un candil no se puede trabajar en caso sutil”; “La mejor luz, la de la mañana”; “La mucha luz deslumbra, y no alumbra”. La muestra, sin interpretación de contenido, señala claramente el peso de la luz en la vida diaria.
La minería, durante más de veinte centurias, utilizó idénticos medios. Para la prevención de deflagraciones era suficiente la presencia del penitente (sufridor o nazareno por su vestimenta) o de los pájaros cantores para la detección de grisú, convertidos ambos en primitivas “máquinas de seguridad”. Con la explotación intensiva del carbón inglés se inician las catástrofes mineras, los graves y multitudinarios accidentes generados por la presencia de gases. Esta situación, una vez reparada en la magnitud del problema, aceleró el modo de resolución del mismo, hecho que tendría su comienzo en los descubrimientos de Davy y Stephenson, que serían origen de las lámparas de seguridad.
Vilela, en la primera parte de su libro, analiza este ciclo del lampadario minero siguiendo un criterio cronológico respecto a la aparición del instrumental. La profusión de nuevos datos con respecto a su obra anterior, la enriquecedora documentación gráfica y el ordenado y claro criterio normativo en la exposición convierten este texto en referente obligado y casi definitivo para los estudiosos o interesados en el tema.
A continuación, el autor considera los denominados “candiles de sapo”, objetivo prioritario del libro, cuyo título es un homenaje inequívoco del modelo de candil más utilizado en Asturias. Esta parte, dedicada al estudio específico de este tipo de luminarias, se inicia con un detallado estudio de los diversos componentes genéricos de este modelo de candiles, hecho que le sirve a Vilela para establecer una original y novedosa clasificación de los mismos de acuerdo con las forma y características de su tapa. Determinados cinco clases o grupos fundamentales, incluirá, en alguno de ellos, determinados subgrupos conforme a las diferencias existentes, dentro del grupo básico, entre los componentes del candil. Esta evaluación se detalla con numerosas referencias de todo orden y un amplio repertorio fotográfico que le permite al lector adquirir un conocimiento sencillo de lo expuesto. En su disertación no olvida analizar las razones de su nombre e indicar las antiguas minas de Asturias en las que fueron utilizadas durante cinco siglos, al menos. Importa señalar la inclusión de la legislación minera pertinente sobre la prohibición de estas lámparas en las explotaciones grisuosas y su paulatina sustitución por las lámparas de seguridad en la minería asturiana.
Reseñar que, al igual que en libro anterior, su posición coleccionista se decanta con la aportación de varios capítulos dedicados a los modos más comunes de compra, la restauración, limpieza y restauración de las lámparas y las colecciones o museos donde existen ejemplares de este bello instrumento minero.
Como resumen final decir que la obra que hoy se presenta señala, sin duda alguna en mi vaticinio, “un antes y un después” en el estudio de esta olvidada e importante herramienta minera. Esperamos con renovada ilusión la aparición de su próximo libro sobre las lámparas de seguridad con el que se completa esta importante obra.
Solo me queda felicitar al autor por esta nueva publicación que enriquece la literatura minera asturiana y agradecer a Vds. su presencia y la paciente escucha de mis palabras.
Muchas gracias.
Luis Jesús Llaneza
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