Otra hestoria de pantasmes de la Cuenca Minera.
Tamién aparez en La Nueva España de güei, na seición de les Cuenques. Siento nun poner l'enllaz. Ye d'una serie d'artículuos del eruditu llocal Ernesto Brugos.
Pd. Más trabayu pa Terechu.
La casa del miedo de El Rayán
Un fantasma, cuyo secreto nunca fue revelado, habitó con una familia de emigrantes en la localidad allerana
Los sucesos acaecidos en El Rayán hace ahora cien años constituyen con seguridad la mejor de las historias inexplicables que pueden encontrarse en las Cuencas. Antes de empezar a narrarlos debo agradecer a Felicita Bayón haberme permitido conocer sus recuerdos personales. Felicita, que ahora tiene 78 años y una memoria privilegiada, fue la nieta favorita y la confidente de Concepción González, protagonista de los hechos, y le gusta repetir la frase que oyó cien veces de sus labios: «No digas que no hay nada».
La familia de Concepción había llegado a Asturias procedente de la localidad leonesa de Camplongo a finales del siglo XIX, como tantas otras, en busca de una vida mejor y del trabajo que ofrecían entonces las minas del católico marqués de Comillas, y encontraron su nuevo hogar en El Rayán, un pequeño pueblo alto, cercano a los mayores núcleos de población de la parte norte del concejo -Caborana y Moreda- y desde el que se divisan todo el valle y los montes cercanos.
El Rayán es también un lugar aislado y en el que la soledad lo llena todo al caer la noche; una sensación que debía acentuarse cuando la luz eléctrica aún no había llegado a sus casas, aunque entonces había muchas más habitadas y la de Concepción y su marido, Tomás, rebosaba vida y movimiento a todas horas.
Doce hijos dan mucho trabajo, no quedaba tiempo para nada, y cuando nació el número trece, Juan, había tanto que hacer que apenas se podía estar a su lado; pero el niño no quería estar solo y rompía a llorar en cuanto cesaba el rítmico movimiento que su madre daba a la cuna.
Una noche Concepción no pudo más y se acostó vencida por el cansancio esperando que el sueño pusiese fin al llanto del pequeño. Y así fue; el matrimonio estaba en una estancia y el niño en la de al lado, solo, y sin embargo estaba callado, tan callado como si alguien le estuviese acunando.
¿Quién movía la cuna?
A la mujer le pareció oír entonces un ruido casi imperceptible y la alarma la despejó de repente. ¿Quién movía la cuna? Fue despacio hacia la habitación y a la luz de una candela pudo ver una escena increíble: el niño dormía plácidamente mientras la cuna se mecía rítmicamente sin que hubiese nadie más en el cuarto.
Aquello fue el principio de todo, cada noche sucedía lo mismo y el movimiento alcanzaba a veces tal violencia que desplazaba al niño de una pared a otra sin que éste se despertase. Era inútil intentar sujetar el mueble porque entonces se llevaba consigo a quien lo intentase.
De pared a pared
Tomás decidió por fin hablar del asunto con algunos vecinos y en una ocasión uno de ellos, Juan Alonso, un hombre fuerte y de reconocida seriedad, se vio arrastrado por toda la habitación cuando quiso frenar el movimiento infernal.
Además la cosa iba a peor y otros fenómenos inexplicables comenzaron a multiplicarse por la vivienda: golpes en las paredes, crujidos, ruidos de cadenas. La gente de La Felguerosa y La Primayor, los pueblos más cercanos, asistían en ocasiones al asombroso espectáculo de ver desde la distancia cómo todas las ventanas de aquella casa se abrían y se cerraban repetidamente todas a un tiempo.
Y eso que no sabían lo que pasaba de puertas adentro. Concepción tenía en la habitación del niño una cómoda en la que, como en la mayoría de las casas cristianas, se guardaban rosarios y escapularios; una mañana el niño amaneció con ellos formando una cruz sobre su cuerpo y algunas veces, sin que existiese ninguna explicación lógica para ello, la luz del día alumbraba sobre la cuna dejando ver los rosarios colgando de las orejitas del pequeño.
El asunto no tardó en correr por todo el concejo y la gente empezó a subir a El Rayán cada vez en mayor número para ver la «casa del miedo», un fenómeno que incluso trascendió fuera de Asturias interesando a los primeros núcleos espiritistas que empezaban a funcionar en España. Desde Bilbao llegó un día una representación de lo que los vecinos llamaron «La Mágica» para realizar un ritual basado en el rezo de unas oraciones y la colocación simbólica de unos vasos de agua bendita por las habitaciones de la casa.
Todo fue inútil: los ruidos no cesaban y los hechos extraños se sucedían, llegando a veces a ser violentos, como ocurrió una noche, cuando en medio de una gran tormenta empezaron a entrar por las ventanas grandes piedras que llegaban desde la lluvia torrencial completamente secas. Concepción se preguntaba a veces si todo aquello no sería la consecuencia de no haber cumplido el último deseo que había tenido su hermana Catalina antes de morir, pidiendo que se encargasen unas misas gregorianas por su alma. Hasta que obtuvo la respuesta que queríaÉ y muchos años después se la llevó a la tumba.
La revelación
Fue una noche, tiempo después. El matrimonio dormía en una habitación de dos camas del primer piso cuando escuchó quedamente una voz que parecía salir de las paredes y llamaba a la mujer por su nombre hacia el cuarto inmediato, que estaba vacío. Ella se incorporó sorprendida y tuvo que convencer a Tomás, que había encendido un candil, para que la dejase acudir sola a la invocación; por fin, abrió la puerta y contempló una figura humana que la estaba esperando en la oscuridad.
-¡Arrodíllate -mandó el ser fantasmal-, y Concepción obedeció la orden.
Durante un buen rato, postrada, la mujer escuchó en silencio lo que la voz le decía, hasta que se pudo ver un gran resplandor y cayó desmayada. Cuando salió de aquel trance explicó a su marido que hasta el momento de su muerte no podría contar a nadie lo que había oído.
No hubo más apariciones, pero desde entonces unos ataques similares la acompañaron toda su vida. Siempre empezaban igual, con unos hipos que no podía detener, luego caía al suelo sin sentido y cuando volvía en sí no recordaba nada. La única forma de detener el proceso era echándole humo de tabaco a la cara cuando se notaban los primeros síntomas y por ello siempre tenía que haber en la casa algún cigarro preparado.
Otras generaciones de la familia sufrieron durante muchos años los extraños fenómenos en sus propias carnes y casi todos acabaron por marcharse de allí. Por ejemplo, Jesús, hijo de Juan, el pequeño con el que se había iniciado todo en la cuna.
Cuando dormía en El Rayán no podía soportar los ruidos del desván y muchas veces subía hasta allí blasfemando y con una vara en la mano; pero además de no encontrar nada, luego era peor, porque al volver a la cama tenía que sufrir los tirones de pelo que le propinaba una mano invisible e incluso ver en alguna ocasión cómo el vaso de agua que estaba sobre la mesita se alzaba solo en el aire para derramarse sobre su rostro.
El secreto fue a la tumba
Concepción González falleció a los 103 años y aun así se fue de este mundo más pronto que sus dos hermanas Rosa y Catalina ya que ambas habían sobrepasado el siglo de vida más ampliamente. En sus últimos momentos, su nieta Felicita cumplió el deseo que le había repetido muchas veces para que colocase junto al lecho de la agonía una vela bendecida, pero cuando llegó, ésta ya estaba inconsciente y se llevó sus secretos a la tumba.
Los fenómenos extraños en El Rayán, que habían tenido un recrudecimiento en los años de la posguerra y aún son recordados por las personas que los vivieron, fueron espaciándose hasta cesar por completo. Hoy el lugar ha recobrado su tranquilidad y el bar abierto en la casa en que ocurrieron los hechos es el lugar elegido por muchos alleranos para merendar en las tardes de verano mientras se contempla un hermoso panoramaÉ