El duelo
Posted: Tue Aug 16, 2005 4:30 am
Hola, soy un escritor español y en www.sangreyfuego.blogspot.com, estoy intentando llevar a cabo un proyecto literario. Aqui os dejo un relato:
Las espadas en alto avisaban de la cercanía del duelo. Maestro y discípulo, anciano y joven, frente a frente. Los árboles, conocedores de lo que se jugaban, olvidaron por un momento la suave brisa de la mañana y plegaron sus hojas. El Sol, que a esa hora despuntaba, pareció esconderse tras algunos jirones de nubes que salpicaban el cielo. Los dos hombres conocían las reglas: Un solo aprendiz y un solo maestro. Así había sido desde el principio y así seguiría mientras hubiera alguien dispuesto a aprender. Y había nuevo alumno en el camino. El chico, observaba atentamente a los espadachines; Músculos tensos, mirada fija. No había tristeza ni resentimiento en el combate, sólo la confianza de hacer lo correcto. Un saludo indicó el comienzo de la lid. Respiraron profundamente y se abandonaron a la lucha. No regateaban en esfuerzos; Una finta aquí, una estocada allá...Mantenían la posición y la distancia con elegancia, como tantas otras veces. Se conocían lo suficiente como para anticiparse a los movimientos, y la contienda prometía ser larga.La primera sangre cayó del lado del Maestro. “No está bien” pensó mientras daba un respiro a su antiguo discípulo y ahora enemigo. “¿Habré preparado bien al destinado a sucederme?” se preguntó mientras observaba como, al que consideraba su hijo, buscaba algo de aliento. Por dos veces retrasó el anciano su posición, esperando que los segundos regalados a su oponente, equilibrara la balanza. El joven, desconcertado, miraba la sangre que brotaba de su brazo izquierdo. Pensaba en el retorcido juego que el
Destino decidió hacerles jugar; Sólo la muerte de uno de ellos, permitiría al muchacho vivir. Ese era el pago reclamado por la Muerte. A cambio, les regalaba una vida llena de placeres sin medida, sin preocupaciones.
El discípulo, apretó los dientes y, armado de valor, terminó con la momentánea paz. Otra estocada, esta vez al aire, recordó al Maestro que aquello no estaba decidido. El joven, con fuerzas renovadas, brazo firme, afianzaba su posición a cada paso, dispuesto a terminar con la disputa. El anciano, sonrió, aceptó el desafío, y, lo dobló. Las espadas, cortaban el aire a velocidad endiablada. El suelo, era testigo de la ferocidad del combate y recogía, una a una, las gotas de sangre de los oponentes, que apenas notaban las heridas inflingidas.
El duelo parecía condenado a unas tablas eternas, pero el paso de los años no perdona, y mientras que el joven, compensaba su menor experiencia con la pasión del combate, el anciano, cansado ya de guerras y muerte, notaba, por primera vez, el peso de la espada y quien sabe si el de los años.
Fue un suspiro, menos de un latido. El Maestro abrió su defensa, quien sabe si en un descuido y su alumno aprovechó para atravesarle el pecho. Retrocedió asustado; Su mentor, su amigo, su padre, escupía sangre. Antes de que cayera, raudo, se acercó hasta él, sujetando su cabeza con cariño.- ¡Juro que no morirás!- decía entre sollozos.- Así debe ser. Yo ya recorrí tu camino y mucho antes lo hizo mi Maestro. Ahora, déjame y lleva al muchacho contigo. Tenéis mucho camino que recorrer.
Antes del último aliento, el Maestro apretó fuertemente el brazo de su discípulo y simplemente, dejó de respirar. Podía morir satisfecho, el joven había vencido al anciano. El testigo había sido pasado a un nuevo Maestro.
Las espadas en alto avisaban de la cercanía del duelo. Maestro y discípulo, anciano y joven, frente a frente. Los árboles, conocedores de lo que se jugaban, olvidaron por un momento la suave brisa de la mañana y plegaron sus hojas. El Sol, que a esa hora despuntaba, pareció esconderse tras algunos jirones de nubes que salpicaban el cielo. Los dos hombres conocían las reglas: Un solo aprendiz y un solo maestro. Así había sido desde el principio y así seguiría mientras hubiera alguien dispuesto a aprender. Y había nuevo alumno en el camino. El chico, observaba atentamente a los espadachines; Músculos tensos, mirada fija. No había tristeza ni resentimiento en el combate, sólo la confianza de hacer lo correcto. Un saludo indicó el comienzo de la lid. Respiraron profundamente y se abandonaron a la lucha. No regateaban en esfuerzos; Una finta aquí, una estocada allá...Mantenían la posición y la distancia con elegancia, como tantas otras veces. Se conocían lo suficiente como para anticiparse a los movimientos, y la contienda prometía ser larga.La primera sangre cayó del lado del Maestro. “No está bien” pensó mientras daba un respiro a su antiguo discípulo y ahora enemigo. “¿Habré preparado bien al destinado a sucederme?” se preguntó mientras observaba como, al que consideraba su hijo, buscaba algo de aliento. Por dos veces retrasó el anciano su posición, esperando que los segundos regalados a su oponente, equilibrara la balanza. El joven, desconcertado, miraba la sangre que brotaba de su brazo izquierdo. Pensaba en el retorcido juego que el
Destino decidió hacerles jugar; Sólo la muerte de uno de ellos, permitiría al muchacho vivir. Ese era el pago reclamado por la Muerte. A cambio, les regalaba una vida llena de placeres sin medida, sin preocupaciones.
El discípulo, apretó los dientes y, armado de valor, terminó con la momentánea paz. Otra estocada, esta vez al aire, recordó al Maestro que aquello no estaba decidido. El joven, con fuerzas renovadas, brazo firme, afianzaba su posición a cada paso, dispuesto a terminar con la disputa. El anciano, sonrió, aceptó el desafío, y, lo dobló. Las espadas, cortaban el aire a velocidad endiablada. El suelo, era testigo de la ferocidad del combate y recogía, una a una, las gotas de sangre de los oponentes, que apenas notaban las heridas inflingidas.
El duelo parecía condenado a unas tablas eternas, pero el paso de los años no perdona, y mientras que el joven, compensaba su menor experiencia con la pasión del combate, el anciano, cansado ya de guerras y muerte, notaba, por primera vez, el peso de la espada y quien sabe si el de los años.
Fue un suspiro, menos de un latido. El Maestro abrió su defensa, quien sabe si en un descuido y su alumno aprovechó para atravesarle el pecho. Retrocedió asustado; Su mentor, su amigo, su padre, escupía sangre. Antes de que cayera, raudo, se acercó hasta él, sujetando su cabeza con cariño.- ¡Juro que no morirás!- decía entre sollozos.- Así debe ser. Yo ya recorrí tu camino y mucho antes lo hizo mi Maestro. Ahora, déjame y lleva al muchacho contigo. Tenéis mucho camino que recorrer.
Antes del último aliento, el Maestro apretó fuertemente el brazo de su discípulo y simplemente, dejó de respirar. Podía morir satisfecho, el joven había vencido al anciano. El testigo había sido pasado a un nuevo Maestro.