La rueda de la fortuna
Posted: Fri Jan 04, 2008 4:34 pm
La rueda de la fortuna
El problema que yo tengo con el cine es una cosa muy seria. La verdad: yo así no voy a poder seguir viendo películas, porque es un trastorno muy grande lo que me pasa, que se me forman unos líos en la cabeza que no hay santo que se los arregle ni a cuatro manos. Miren; cuando yo salgo de ver una película soy el guapo si la función fue del Oeste, el lindo de la película si fue de amores, y el niño si el asunto era de un niño que salvó a su madre o a su padre, porque no hay forma que cuando yo salga del cine siga siendo la misma persona que soy.
El otro día, sin ir más lejos, vi un asuntito ahí de un muchacho pobre como yo; nada, un muerto de hambre, pero de los muertos de hambre del cine que llega usted a su casa y ve el sofá sabroso y limpio y el jueguito de muebles que aquí en cualquier casa de Belascoaín le cuesta los doscientos y los trescientos. Pues bien, que el tipo era pobre y que uno se enteraba mejor por las cosas que decía, tales como “La vida es del que lucha”, “Mi fe me sostiene y me levanta” y esas cosas que lo animan a uno oyéndolas, ¿no es verdad? Bueno, pues resulta que el muerto de hambre trabajaba en una fábrica muy grande de hacer no sé qué cosa, y de mucha sirena echando vapor y sonando y mucha gente saliendo con gorritas iguales por la misma puerta con sus maleticas de lata que si usted coge y las abre, dentro traen un perro “sánguichi” y por fuera dicen “japy”.
En ese ambiente estaba el tipo que por cierto, también, siempre andaba limpio, sin embarrarse, y ésa es otra cosa que a mí me trae loco. ¡Caballeros, lo que yo hago por mantenerme limpio, pero qué va!, el trabajo mío es el diablo. Yo vendo muñecos de yeso que fabrica el suegro mío. Digo, vendía, porque ya verán a dónde vino a parar esto del suegro, del cine y de los muñecos de yeso. Bueno, volviendo al caso del tipo de la película, resulta que parece que por bonito que era y por la casualidad de que un día casi lo arrollan, el tipo va y hace amistad con la muchacha que venía manejando.
Decir amistad y volverse a ver y comer del mismo perro caliente y eso fue un mismo asunto hasta que se enamoraron y era una cosa linda ver a la muchacha suspirando porque sonara el pito de la sirena y apenas sonaba meter mano ella a correr escaleras abajo para encontrarse en la fábrica con el tipo. Bueno, pero que ella se daba su lugar, o mejor dicho, no le restregaba en la cara al muerto de hambre ni sus pieles, ni sus anillos ni nada. No se los ponía cuando estaba con él, y el amor seguía lindo y parejito.
Bueno, para no cansarlos, porque yo creo que ya están al llamarme a declarar a mí; resulta que el padre de la muchacha era el dueño de la fábrica y el muchacho no lo sabía. ¡Ah!, pero que va y se entera el tipo y le cae una tristeza arriba algo muy serio. Ahí mismo le dijo a ella: “Nosotros vamos a romper porque tu padre is rico y yo no lobed tu yu”, y con la misma cogió y le viró la espalda. La verdad, a mí me dio lástima con ella y mucha roña con el muerto de hambre, porque estaba al pie del dinero ya, caballero…Pero no, yo no critico esas cosas, a mí me parece que está bien así. Uno acaba por sentir simpatía y respeto por un hombre que anda entre la grasa y no se embarra. Los pensamientos que le salgan a una persona así de la cabeza tienen que ser buenos, ¿no es verdad? Bueno, pues el tipo coge la perreta que no tenía con qué casarse y que ella siendo millonaria cómo iba a quererlo, y no hubo Dios que le sacara de eso. Naturalmente la muchacha pegó a sufrir que daba lástima.
Una joven como ella, bien parecida, sin problemas, con cuarenta pares de zapatos y ninguno con media suela todavía, ahí perturbada por culpa de un muerto de hambre decente, caballero…No; pero que el padre siempre es el padre, ¿no es verdad? Bueno, pues el viejo coge y se pone a averiguar y habla con el muchacho, pero que el tipo lo mismo que antes, cerrado a la banda, que él quería levantarse por sí mismo, porque si el viejo lo forraba de billetes él se iba a sentir hecho un asco y un pellejo y eso está más para abajo todavía de ser un muerto de hambre decentico. Por cierto que la escena que cerraba este asunto a mí me engrifó, porque cuando el viejo tenía que darle la contesta a la hija del fracaso se vio que entraba en el cuarto, ella se ponía en pie, la pantalla que la agarraba de medio pecho para arriba, sus ojos que se iluminan, el aliento que se contenía y la pantalla que desperdiciando todo esto gira enseguida para arriba del viejo que menea triste la cabeza diciendo que no.
¡Caballero, hay que ser fuerte para ver una cosa de ésas, a cualquiera se le hace un nudo! Lo que pasa es que yo arreglo siempre lo del nudo porque desde que entro al cine pego a mascar un bolón de chicle y eso ayuda mucho a disimular los sentimientos de uno. Bueno, el asunto es que la cosa iba a quedar así al parecer y entonces podía decirse que la vida era una buena basura y que el dinero lo entorpece todo, o por el contrario, que la falta de dinero lo estropea todo, igualito. No, pero no, de pronto resulta que aparece un detalle, al muchacho le encantaba hacer inventos grandes y a pesar de que su casa era pobre tenía una habitación con cristales a la calle que si le da por alquilarla, allí donde había tan cruceteo de gente y tanto comercio, hasta rico se hace y sale de pobre y todo. Pero no, parece que él no lo pensó, o quizás que si uno no tiene una habitación grande así, no puede inventar. El caso es que mientras el tipo no inventara nada, seguía muerto de hambre, ¿no es verdad? Por eso había que verlo en las altas horas de la noche haciendo números y eso en los papeles y luego mirando a la pared veía el retrato de ella y casi se le saltaban las lágrimas. Pero que nada, que la película seguía, y eso tienen las películas que si uno fuera un poco inteligente, no lo hacían llorar a uno de bobo a medio camino.
En fin, la cosa fue que en la fábrica se presentó un problema de hierros y eso, y se paralizó el trabajo. Había una rueda grande que no daba vueltas y la gente que se paraba a mirarla y a mover la cabeza con mucha pena hasta que llegó el viejo muy nervioso y dijo que si se acababa la producción quedaba hecho leña él. Ahí fue entonces cuando entró en acción el muchacho y dijo: “Ánimo, que voy a inventar” y metió mano por las noches en su casa, calcula que te calcula. Ésa fue la parte más emocionante, la verdad, porque había mucha música de fondo, mucho tic tac de reloj, las horas pasaban, la frente del muchacho sudaba, la habitación de los cristales estaba iluminada, tenía sed, hambre, sueño, martirio, y sin soltar ni un momento hasta que loco de cansancio se volvió buscando un vaso de agua y ¡pam!, ella que estaba allí a su lado brindándole una limonada fría. La verdad que él por un momento se sorprendió de verla y yo también. ¿Por donde había entrado ella? ¿Cómo tenía tan poca vergüenza que despreciada y todo estaba allí al pie del yunque, en el momento del invento grande? El caso es que él le sonrió y siguió metiendo mano con los papeles, hasta que al otro día aquello fue el delirio. Se mandó a fundir una pieza que parece estaba calculada en los garabatos del muchacho, y ni hablar; se le puso la pieza a la rueda grande y a dar vueltas otra vez para que el viejo no quedara hecho leña él. Figúrese, la gente se abrazaba, un hombre de una gorrita le metió un beso a un nené que tenía su mujer en los brazos y rió mirando la gran rueda y señalándola. Nada, que el muchacho había triunfado y al otro día aquello daba gusto; la verdad que me erizo todavía de acordarme.
Apareció el muchacho bien trajeado con la joven al lado, por fin feliz y contenta, y a la otra mano el viejo que le enseñaba un cheque a la gente por medio millón para el joven que había sabido con su inteligencia, su lucha y su limonada fría elevarse de ser un pellejo a rico, y por tanto se ganaba la mano de la muchacha, quien por cierto metió mano allí mismo y lo besuqueó todo delante de la gente. Caballeroo…, qué película más bonita ¿no es verdad? Pero el caso es que si uno pudiera quedarse ahí en la tertulia muerto de alegría, o arrear para la pantalla y meterse en la película a ver si sale derechito al pueblo ese, estaría bien. Pero no, lo malo es que uno tiene que salir del cine y ahí mismo, cuando se termina la tanda, encontrarse con el cojo de los billetes que se pone tan sangrón para que le compren un pedacito y mil lipideces de esas que está en la calle dondequiera.
Bueno, pero volviendo a lo que yo decía antes, que a mí algo se me pega de lo que veo, resulta que desde esa noche se me empezaron a trastornar las cosas y aquí estoy ahora esperando a que me llame el teniente a declarar. ¡Hombre! Por cierto, que el teniente este me debe a mí un indio de yeso que me encargó. Bueno, como decía, yo tengo novia, Lila se llama, y esas casualidades de la vida, que en los ojos se parece a la muchacha de la película. En el cuerpo no, la verdad, porque Lila es pobre y una vez tuvieron que operarla a la carrera en el Calixto García, pero sobre todo en los ojos se parece. Ella y yo sin embargo, no le hemos dicho al viejo que nos gustamos, porque Lila dice que de primera providencia voy a perder la venta de los muñecos. Así que estamos siempre a la que se te cayó para podernos ver sin tener el viejo delante, y cuando esto sucede, que nos vamos a ver vidrieras y eso, todo se estropea porque Lila dice que “mira” que tenemos que comprar cosas para casarnos el día de mañana. Bien, pero esto va y viene entre nosotros. También a veces de mirarnos nada más o de yo sentirla cantando en la cocina me pongo contento. Nosotros nos llevamos bien y como quiera que sea, vamos tirando.
Ahora, caballero, yo no sé qué delirio me entró a mí desde el condenado día último que salí del cine, de no embarrarme la ropa por lo menos los domingos y por eso le dije al viejo que yo domingo no salía a vender muñecos. Claro que a él no le gustó eso, pero como que me da el diez y no hay sueldo fijo conmigo, tuvo que conformarse. Ahora, que la cosa se complicó, porque como estamos en Navidad el padre de Lila ha fabricado este mes una mano de santiclós que se acabó el mundo; y lo pesado que me caen a mí los viejitos patilludos esos.
Bueno, por ahí empezó la trifulca de nosotros. Me dijo que me dejara de cuentos, que tenía que salir los domingos también. Le contesté que no y se emperró conmigo. Yo no sé, para mí que él está enterado de algo entre Lila y yo, porque yo no lo había oído gritarme tanto ni manotearme en la cara. Natural; yo no le iba a contestar a un hombre que puede ser mi padre y que además no ve bien. Pero bueno, las cosas que no pasan en un año pasan en un momento. El viejo carga con dos santiclós acabados de pintar, me los pega arriba de la camisa y va y me grita:
-¡Déjate de lija, que tú naciste embarrado!
Bueno, yo no quisiera acordarme. Para mí, ahora que lo pienso bien, se me formó un enredo de no embarrarme, de llegar a algo un día, de ver que me zoqueteaban, de hacerme la idea que el viejo estaba enterado entre Lila y yo, no sé, pero todo eso se me hizo una pelotera en la sangre y le metí mano al viejo. Ahora por cierto, veo que está entrando por la puerta. Trae la cabeza vendada y lo acompaña un policía. La verdad que me da pena con él y miro por la ventana a la calle. ¡Caramba, pero qué fenómeno, ahí mismo en la otra acera están echando La rueda de la fortuna! Caballero, ¿por qué parte de la película irán: cuando el viejo fue a buscar al muchacho o cuando ya le estaba dando su medio millón que se ganó?
Onelio Jorge Cardoso (1914) “El cuentero mayor”.
El problema que yo tengo con el cine es una cosa muy seria. La verdad: yo así no voy a poder seguir viendo películas, porque es un trastorno muy grande lo que me pasa, que se me forman unos líos en la cabeza que no hay santo que se los arregle ni a cuatro manos. Miren; cuando yo salgo de ver una película soy el guapo si la función fue del Oeste, el lindo de la película si fue de amores, y el niño si el asunto era de un niño que salvó a su madre o a su padre, porque no hay forma que cuando yo salga del cine siga siendo la misma persona que soy.
El otro día, sin ir más lejos, vi un asuntito ahí de un muchacho pobre como yo; nada, un muerto de hambre, pero de los muertos de hambre del cine que llega usted a su casa y ve el sofá sabroso y limpio y el jueguito de muebles que aquí en cualquier casa de Belascoaín le cuesta los doscientos y los trescientos. Pues bien, que el tipo era pobre y que uno se enteraba mejor por las cosas que decía, tales como “La vida es del que lucha”, “Mi fe me sostiene y me levanta” y esas cosas que lo animan a uno oyéndolas, ¿no es verdad? Bueno, pues resulta que el muerto de hambre trabajaba en una fábrica muy grande de hacer no sé qué cosa, y de mucha sirena echando vapor y sonando y mucha gente saliendo con gorritas iguales por la misma puerta con sus maleticas de lata que si usted coge y las abre, dentro traen un perro “sánguichi” y por fuera dicen “japy”.
En ese ambiente estaba el tipo que por cierto, también, siempre andaba limpio, sin embarrarse, y ésa es otra cosa que a mí me trae loco. ¡Caballeros, lo que yo hago por mantenerme limpio, pero qué va!, el trabajo mío es el diablo. Yo vendo muñecos de yeso que fabrica el suegro mío. Digo, vendía, porque ya verán a dónde vino a parar esto del suegro, del cine y de los muñecos de yeso. Bueno, volviendo al caso del tipo de la película, resulta que parece que por bonito que era y por la casualidad de que un día casi lo arrollan, el tipo va y hace amistad con la muchacha que venía manejando.
Decir amistad y volverse a ver y comer del mismo perro caliente y eso fue un mismo asunto hasta que se enamoraron y era una cosa linda ver a la muchacha suspirando porque sonara el pito de la sirena y apenas sonaba meter mano ella a correr escaleras abajo para encontrarse en la fábrica con el tipo. Bueno, pero que ella se daba su lugar, o mejor dicho, no le restregaba en la cara al muerto de hambre ni sus pieles, ni sus anillos ni nada. No se los ponía cuando estaba con él, y el amor seguía lindo y parejito.
Bueno, para no cansarlos, porque yo creo que ya están al llamarme a declarar a mí; resulta que el padre de la muchacha era el dueño de la fábrica y el muchacho no lo sabía. ¡Ah!, pero que va y se entera el tipo y le cae una tristeza arriba algo muy serio. Ahí mismo le dijo a ella: “Nosotros vamos a romper porque tu padre is rico y yo no lobed tu yu”, y con la misma cogió y le viró la espalda. La verdad, a mí me dio lástima con ella y mucha roña con el muerto de hambre, porque estaba al pie del dinero ya, caballero…Pero no, yo no critico esas cosas, a mí me parece que está bien así. Uno acaba por sentir simpatía y respeto por un hombre que anda entre la grasa y no se embarra. Los pensamientos que le salgan a una persona así de la cabeza tienen que ser buenos, ¿no es verdad? Bueno, pues el tipo coge la perreta que no tenía con qué casarse y que ella siendo millonaria cómo iba a quererlo, y no hubo Dios que le sacara de eso. Naturalmente la muchacha pegó a sufrir que daba lástima.
Una joven como ella, bien parecida, sin problemas, con cuarenta pares de zapatos y ninguno con media suela todavía, ahí perturbada por culpa de un muerto de hambre decente, caballero…No; pero que el padre siempre es el padre, ¿no es verdad? Bueno, pues el viejo coge y se pone a averiguar y habla con el muchacho, pero que el tipo lo mismo que antes, cerrado a la banda, que él quería levantarse por sí mismo, porque si el viejo lo forraba de billetes él se iba a sentir hecho un asco y un pellejo y eso está más para abajo todavía de ser un muerto de hambre decentico. Por cierto que la escena que cerraba este asunto a mí me engrifó, porque cuando el viejo tenía que darle la contesta a la hija del fracaso se vio que entraba en el cuarto, ella se ponía en pie, la pantalla que la agarraba de medio pecho para arriba, sus ojos que se iluminan, el aliento que se contenía y la pantalla que desperdiciando todo esto gira enseguida para arriba del viejo que menea triste la cabeza diciendo que no.
¡Caballero, hay que ser fuerte para ver una cosa de ésas, a cualquiera se le hace un nudo! Lo que pasa es que yo arreglo siempre lo del nudo porque desde que entro al cine pego a mascar un bolón de chicle y eso ayuda mucho a disimular los sentimientos de uno. Bueno, el asunto es que la cosa iba a quedar así al parecer y entonces podía decirse que la vida era una buena basura y que el dinero lo entorpece todo, o por el contrario, que la falta de dinero lo estropea todo, igualito. No, pero no, de pronto resulta que aparece un detalle, al muchacho le encantaba hacer inventos grandes y a pesar de que su casa era pobre tenía una habitación con cristales a la calle que si le da por alquilarla, allí donde había tan cruceteo de gente y tanto comercio, hasta rico se hace y sale de pobre y todo. Pero no, parece que él no lo pensó, o quizás que si uno no tiene una habitación grande así, no puede inventar. El caso es que mientras el tipo no inventara nada, seguía muerto de hambre, ¿no es verdad? Por eso había que verlo en las altas horas de la noche haciendo números y eso en los papeles y luego mirando a la pared veía el retrato de ella y casi se le saltaban las lágrimas. Pero que nada, que la película seguía, y eso tienen las películas que si uno fuera un poco inteligente, no lo hacían llorar a uno de bobo a medio camino.
En fin, la cosa fue que en la fábrica se presentó un problema de hierros y eso, y se paralizó el trabajo. Había una rueda grande que no daba vueltas y la gente que se paraba a mirarla y a mover la cabeza con mucha pena hasta que llegó el viejo muy nervioso y dijo que si se acababa la producción quedaba hecho leña él. Ahí fue entonces cuando entró en acción el muchacho y dijo: “Ánimo, que voy a inventar” y metió mano por las noches en su casa, calcula que te calcula. Ésa fue la parte más emocionante, la verdad, porque había mucha música de fondo, mucho tic tac de reloj, las horas pasaban, la frente del muchacho sudaba, la habitación de los cristales estaba iluminada, tenía sed, hambre, sueño, martirio, y sin soltar ni un momento hasta que loco de cansancio se volvió buscando un vaso de agua y ¡pam!, ella que estaba allí a su lado brindándole una limonada fría. La verdad que él por un momento se sorprendió de verla y yo también. ¿Por donde había entrado ella? ¿Cómo tenía tan poca vergüenza que despreciada y todo estaba allí al pie del yunque, en el momento del invento grande? El caso es que él le sonrió y siguió metiendo mano con los papeles, hasta que al otro día aquello fue el delirio. Se mandó a fundir una pieza que parece estaba calculada en los garabatos del muchacho, y ni hablar; se le puso la pieza a la rueda grande y a dar vueltas otra vez para que el viejo no quedara hecho leña él. Figúrese, la gente se abrazaba, un hombre de una gorrita le metió un beso a un nené que tenía su mujer en los brazos y rió mirando la gran rueda y señalándola. Nada, que el muchacho había triunfado y al otro día aquello daba gusto; la verdad que me erizo todavía de acordarme.
Apareció el muchacho bien trajeado con la joven al lado, por fin feliz y contenta, y a la otra mano el viejo que le enseñaba un cheque a la gente por medio millón para el joven que había sabido con su inteligencia, su lucha y su limonada fría elevarse de ser un pellejo a rico, y por tanto se ganaba la mano de la muchacha, quien por cierto metió mano allí mismo y lo besuqueó todo delante de la gente. Caballeroo…, qué película más bonita ¿no es verdad? Pero el caso es que si uno pudiera quedarse ahí en la tertulia muerto de alegría, o arrear para la pantalla y meterse en la película a ver si sale derechito al pueblo ese, estaría bien. Pero no, lo malo es que uno tiene que salir del cine y ahí mismo, cuando se termina la tanda, encontrarse con el cojo de los billetes que se pone tan sangrón para que le compren un pedacito y mil lipideces de esas que está en la calle dondequiera.
Bueno, pero volviendo a lo que yo decía antes, que a mí algo se me pega de lo que veo, resulta que desde esa noche se me empezaron a trastornar las cosas y aquí estoy ahora esperando a que me llame el teniente a declarar. ¡Hombre! Por cierto, que el teniente este me debe a mí un indio de yeso que me encargó. Bueno, como decía, yo tengo novia, Lila se llama, y esas casualidades de la vida, que en los ojos se parece a la muchacha de la película. En el cuerpo no, la verdad, porque Lila es pobre y una vez tuvieron que operarla a la carrera en el Calixto García, pero sobre todo en los ojos se parece. Ella y yo sin embargo, no le hemos dicho al viejo que nos gustamos, porque Lila dice que de primera providencia voy a perder la venta de los muñecos. Así que estamos siempre a la que se te cayó para podernos ver sin tener el viejo delante, y cuando esto sucede, que nos vamos a ver vidrieras y eso, todo se estropea porque Lila dice que “mira” que tenemos que comprar cosas para casarnos el día de mañana. Bien, pero esto va y viene entre nosotros. También a veces de mirarnos nada más o de yo sentirla cantando en la cocina me pongo contento. Nosotros nos llevamos bien y como quiera que sea, vamos tirando.
Ahora, caballero, yo no sé qué delirio me entró a mí desde el condenado día último que salí del cine, de no embarrarme la ropa por lo menos los domingos y por eso le dije al viejo que yo domingo no salía a vender muñecos. Claro que a él no le gustó eso, pero como que me da el diez y no hay sueldo fijo conmigo, tuvo que conformarse. Ahora, que la cosa se complicó, porque como estamos en Navidad el padre de Lila ha fabricado este mes una mano de santiclós que se acabó el mundo; y lo pesado que me caen a mí los viejitos patilludos esos.
Bueno, por ahí empezó la trifulca de nosotros. Me dijo que me dejara de cuentos, que tenía que salir los domingos también. Le contesté que no y se emperró conmigo. Yo no sé, para mí que él está enterado de algo entre Lila y yo, porque yo no lo había oído gritarme tanto ni manotearme en la cara. Natural; yo no le iba a contestar a un hombre que puede ser mi padre y que además no ve bien. Pero bueno, las cosas que no pasan en un año pasan en un momento. El viejo carga con dos santiclós acabados de pintar, me los pega arriba de la camisa y va y me grita:
-¡Déjate de lija, que tú naciste embarrado!
Bueno, yo no quisiera acordarme. Para mí, ahora que lo pienso bien, se me formó un enredo de no embarrarme, de llegar a algo un día, de ver que me zoqueteaban, de hacerme la idea que el viejo estaba enterado entre Lila y yo, no sé, pero todo eso se me hizo una pelotera en la sangre y le metí mano al viejo. Ahora por cierto, veo que está entrando por la puerta. Trae la cabeza vendada y lo acompaña un policía. La verdad que me da pena con él y miro por la ventana a la calle. ¡Caramba, pero qué fenómeno, ahí mismo en la otra acera están echando La rueda de la fortuna! Caballero, ¿por qué parte de la película irán: cuando el viejo fue a buscar al muchacho o cuando ya le estaba dando su medio millón que se ganó?
Onelio Jorge Cardoso (1914) “El cuentero mayor”.