ELVIRA DELGRANDE
Posted: Sun Aug 21, 2011 8:31 pm
Como muy fuera del pensamiento humano, arriba, en las alturas, está Txeia, la aldea de mis antepasados.
Allí vive un hombre de edad indecible. De él se cuenta algo atroz: un dia se arrancó sus propios ojos para poder introducir en las cuencas vacias los de una hermosa joven a quien era su intención dar muerte.
Manolín el de Generosa, como le llamaban, vivía en una caseta miserable de pizarra y palos en mitad de aquella remota aldea de montaña. Cuando yo le ví, que fué una sola vez, ya era un vejestorio encorvado cuyas ropas apestaban a uremia, y que se había vuelto indistinguible de una estatuilla horrorosa tallada en madera de castaño. Me miró con sus cuencas sin ojos, como si pudiera verme y, babeando, balbució: "Ay, pequenina, paeceste e ella"
No supe a quien se refería, pero percibí la locura en sus palabras. No tuve miedo alguno porque, con la clarividencia de las niñas, supe de cierto que aquel espantajo iba a dar con los huesos en la tumba en menos de tres meses.
Habíamos subido a las alturas porque mi madre quiso mostrarme aquella aldea abandonada de donde procedía su familia. Caminamos largamente por las calles retorcidas y empinadas, haciendo comentarios acerca de aquellas casonas de piedra cuyos habitantes hacía tiempo dormían en el olvido.
Hacía frío y se acercaba la noche. El cielo ensombrecía rapidamente. Parecía que los nubarrones negros volaban con rapidez insólita.
Y, de pronto, empezó a nevar. Y cundió la nieve en todo el paraje, incluso haciendo que las agudas peñas bajo las cuales se arrebujaba la aldéa pareciesen agujas de hielo.
Mi madre empezó a gritar que teníamos que irnos antes de que la carretera hacia el valle se tornase intransitable, aunque a mi me pareció que ya era demasiado tarde para eso. Apenas podíamos vernos la una a la otra, pues el velo arremolinado y frío de la nieve ya era muy tupido.
Entonces empecé a sentir que estaba sola. Hacía mucho tiempo que no veía a mi madre y me encontraba en aquella aldea porque iba a asistir al funeral de mi abuela, quien, según me habían dicho, había muerto. No sentí pena ni ninguna otra cosa, como si todo ocurriese en un sueño un poco opresivo pero no aterrador.
En torno a mi se movían figuras de parientes y gente desconocida. No les veía los rostros, ya que la nieve los ocultaba con tules blancuzcos.
Caminaba sin entender por donde ni imaginar en donde debía detenerme.
De pronto noté que me hallaba frente a una tumba abierta. Alrededor de la fosa sugían tupidas malezas ahora medio ahogadas en la nieve. Sobre la cruz de la cabecera había un nombre tallado en preciosas letras góticas. Elvira Delgrande.
Elvira Delgrande. La recordaba.
Yo me había críado con ella durante los años más tempranos de mi vida, cuando ya le afectaba una ceguera que se decía causada por una bomba durante la guerra .Era mi abuela.
Se me había dicho que de joven su hermosura había sido famosa, y que muchos hombres habían perdido la razón por ella, incluso abandonando a sus esposas e hijos para cortejarla libremente.
Eran los ojos de elvira Delgrande lo que le daban aquel embrujo irresistible y destructivo. ¿Hubo alguna vez ojos tan hechizantes? Pues, en aquella tez pálida, aureolada por tan negra melena, surgía una mirada lapislázuli, con la luz mágica de las piedras preciosas y milenarias que duermen en el centro de la tierra, con el poder fatal de la belladona y la mandrágora, que adormecen los sentidos y se apoderan del alma. Y élla, versada en la magia del bosque, en los poderes de la antigua brujería, volvió locos a muchos hombres antes de encontrar a aquel que sería su marido, quien tambien terminaría loco, incapaz de resistir los celos causados por la mirada de su mujer.
De aquella tumba abierta, entre la nieve que surcaba el espacio en raudos remolinos, vi como surgía una figura alta, envuelta en un sudario hecho girones, desmelenada ( aquella melena que hubiera sido negra azabache y ahora blanqueaba como la nieve misma) y como extendía la mano hacia un punto. Allí, difuminada su grotesca figura por la nieve, estaba el viejo ciego, agitando las manos como para desahacerse de un perro que le hubiera atacado.
Yo juraría que en el viento, entre el ulular de la tormenta, se escuchaba a una mujer gritar:"devuelveme mis ojos, maldito. devuelveme los ojos que me arrancaste, maldito esposo mío, y ya nunca te daré motivo para enloquecer de celos!
Mucho despues le dije a mi madre que , en realidad,yo suponía que aquel Manolín de Generosa era mi abuelo, el marido de Elvira Delgrande. Mi madre, cuyo sentido del humor rayaba a veces en lo cruel, me respondió: "No hables más de aquel hombre loco, guapina. ¿no ves que no tenía ojos y quería que le dieses los tuyos?"
Publicado por vidal alcolea en 06:28 Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook Compartir con
Allí vive un hombre de edad indecible. De él se cuenta algo atroz: un dia se arrancó sus propios ojos para poder introducir en las cuencas vacias los de una hermosa joven a quien era su intención dar muerte.
Manolín el de Generosa, como le llamaban, vivía en una caseta miserable de pizarra y palos en mitad de aquella remota aldea de montaña. Cuando yo le ví, que fué una sola vez, ya era un vejestorio encorvado cuyas ropas apestaban a uremia, y que se había vuelto indistinguible de una estatuilla horrorosa tallada en madera de castaño. Me miró con sus cuencas sin ojos, como si pudiera verme y, babeando, balbució: "Ay, pequenina, paeceste e ella"
No supe a quien se refería, pero percibí la locura en sus palabras. No tuve miedo alguno porque, con la clarividencia de las niñas, supe de cierto que aquel espantajo iba a dar con los huesos en la tumba en menos de tres meses.
Habíamos subido a las alturas porque mi madre quiso mostrarme aquella aldea abandonada de donde procedía su familia. Caminamos largamente por las calles retorcidas y empinadas, haciendo comentarios acerca de aquellas casonas de piedra cuyos habitantes hacía tiempo dormían en el olvido.
Hacía frío y se acercaba la noche. El cielo ensombrecía rapidamente. Parecía que los nubarrones negros volaban con rapidez insólita.
Y, de pronto, empezó a nevar. Y cundió la nieve en todo el paraje, incluso haciendo que las agudas peñas bajo las cuales se arrebujaba la aldéa pareciesen agujas de hielo.
Mi madre empezó a gritar que teníamos que irnos antes de que la carretera hacia el valle se tornase intransitable, aunque a mi me pareció que ya era demasiado tarde para eso. Apenas podíamos vernos la una a la otra, pues el velo arremolinado y frío de la nieve ya era muy tupido.
Entonces empecé a sentir que estaba sola. Hacía mucho tiempo que no veía a mi madre y me encontraba en aquella aldea porque iba a asistir al funeral de mi abuela, quien, según me habían dicho, había muerto. No sentí pena ni ninguna otra cosa, como si todo ocurriese en un sueño un poco opresivo pero no aterrador.
En torno a mi se movían figuras de parientes y gente desconocida. No les veía los rostros, ya que la nieve los ocultaba con tules blancuzcos.
Caminaba sin entender por donde ni imaginar en donde debía detenerme.
De pronto noté que me hallaba frente a una tumba abierta. Alrededor de la fosa sugían tupidas malezas ahora medio ahogadas en la nieve. Sobre la cruz de la cabecera había un nombre tallado en preciosas letras góticas. Elvira Delgrande.
Elvira Delgrande. La recordaba.
Yo me había críado con ella durante los años más tempranos de mi vida, cuando ya le afectaba una ceguera que se decía causada por una bomba durante la guerra .Era mi abuela.
Se me había dicho que de joven su hermosura había sido famosa, y que muchos hombres habían perdido la razón por ella, incluso abandonando a sus esposas e hijos para cortejarla libremente.
Eran los ojos de elvira Delgrande lo que le daban aquel embrujo irresistible y destructivo. ¿Hubo alguna vez ojos tan hechizantes? Pues, en aquella tez pálida, aureolada por tan negra melena, surgía una mirada lapislázuli, con la luz mágica de las piedras preciosas y milenarias que duermen en el centro de la tierra, con el poder fatal de la belladona y la mandrágora, que adormecen los sentidos y se apoderan del alma. Y élla, versada en la magia del bosque, en los poderes de la antigua brujería, volvió locos a muchos hombres antes de encontrar a aquel que sería su marido, quien tambien terminaría loco, incapaz de resistir los celos causados por la mirada de su mujer.
De aquella tumba abierta, entre la nieve que surcaba el espacio en raudos remolinos, vi como surgía una figura alta, envuelta en un sudario hecho girones, desmelenada ( aquella melena que hubiera sido negra azabache y ahora blanqueaba como la nieve misma) y como extendía la mano hacia un punto. Allí, difuminada su grotesca figura por la nieve, estaba el viejo ciego, agitando las manos como para desahacerse de un perro que le hubiera atacado.
Yo juraría que en el viento, entre el ulular de la tormenta, se escuchaba a una mujer gritar:"devuelveme mis ojos, maldito. devuelveme los ojos que me arrancaste, maldito esposo mío, y ya nunca te daré motivo para enloquecer de celos!
Mucho despues le dije a mi madre que , en realidad,yo suponía que aquel Manolín de Generosa era mi abuelo, el marido de Elvira Delgrande. Mi madre, cuyo sentido del humor rayaba a veces en lo cruel, me respondió: "No hables más de aquel hombre loco, guapina. ¿no ves que no tenía ojos y quería que le dieses los tuyos?"
Publicado por vidal alcolea en 06:28 Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook Compartir con